La República

La República Andrés de Santa Cruz

El decenio 1829-1839 es quizás el más importante de la historia republicana del siglo XIX en Bolivia. Está claro que los hechos que suceden durante este período fueron decisivos para la historia boliviana. Nunca en la historia del país fue el estado boliviano más sólido, mejor dirigido y más respetado tanto en América como en Europa. Este período está unido a la personalidad más importante del siglo XIX en Bolivia, el mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana, el hombre providencial, que con certero plan preparado durante los años 1825-29, accedió al poder por la voluntad total de la nación. Santa Cruz trajo consigo uno de los equipos más inteligentes y decididos, tanto en el campo de los pensadores e inductores de la voluntad de acción, de los militares ejecutantes del plan bélico, como de los realizadores del bienestar interno y de los pueblos convencidos del evangelio que predicó.

Es por otro lado evidente que el país salía de un sistema colonial predominante entre los siglos XVI, XVII y XVIII que había marcado en los habitantes y en la forma de gobierno una impronta que no desapareció del todo con la independencia. Las instituciones políticas y religiosas creadas por el imperio español: la iglesia, el virreinato y la audiencia; las cargas económicas, como el tributo, así como la fuerte obligación del quinto real en todo lo que fuese generación de riqueza, decretaron usos y costumbres, sentido de dependencia y muchos otras concomitantes que influyeron a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XIX: 1830-1880. Sólo la acción decidida y comprometida de los gobernantes de los veinte últimos años del siglo dieron como resultado un viraje hacia nuevas formas políticas y económicas que prepararon Bolivia para el
siglo XX.

Donde más se pudo sentir la dependencia del viejo sistema fue en el agro. La supervivencia de las comunidades indígenas en el altiplano y el valle, a las que la Corona había ratificado a través de los caciques, permitió que éstos se sintieran apoyados por los virreyes y por el lejano e inalcanzable rey de España, lo que determinó una especie de secuencia de los antiguos gobiernos incaicos al estado colonial, en el que los ricos caciques, como Limachi, Calahumana, Guarachi y otros, dominaban sus regiones con prescindencia de las autoridades a las que se tenía contentas con el tributo indigenal que fue la principal entrada económica del país. Esta situación cambió en la república, aunque el tributo se mantuvo como una fuente muy importante de ingresos saneados para el presupuesto nacional.

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La apertura democrática de principios de los ochenta tuvo dos características, la recuperación total de libertades ciudadanas y la imposición de un modelo de economía abierta. El primero en el gobierno de Siles y el segundo en el de Paz Estenssoro. El desarrollo de ambos conceptos se apoyó en una democracia de pactos surgida tras la crisis de gobernabilidad de la UDP. Ante la imposibilidad de ningún candidato de lograr el 50 % más uno de los votos por más de veinte años, se impuso la lógica de lograr acuerdos entre los partidos mayoritarios para tener mayoría congresal y cogobernar.

La experiencia democrática, inaugurada el 10 de octubre de 1982, marcó algunos rasgos de gran trascendencia. En primer lugar se puede decir que, tanto por la composición parlamentaria de real pluripartidismo como por el respeto total a las libertades ciudadanas, incluida la libertad plena de expresión y por tanto de discrepancia pública con el poder constituido, se vivió en Bolivia una democracia genuina como no se había experimentado antes (entendiendo por tal la vigencia de la Constitución política del estado y el marco del sistema político democrático que ésta representa).

Bolivia, igual que el resto de los países latinoamericanos (unos antes que otros) se vio ante la disyuntiva del cambio. La dictadura militar había agotado sus postulados, la sociedad estaba cansada de tres lustros de gobiernos militares de diferente cuño y esperaba ansiosa la apertura total de las compuertas de la democracia. Pero ocurría que el modelo del estado del 52 parecía mantener todavía su vigor.

El Golpe de Estado de 1964 forzó una modificación en la política global en relación a los sectores populares y el cambio esencial de un gobierno civil a otro detentado casi exclusivamente por militares, pero la orientación estatista y de capitalismo de estado no varió sustancialmente, por el contrario, en la década de los años setenta se incrementó significativamente.

Bolivia había llegado en 1952 a un punto de no retorno, las ideas liberales acuñadas a fines del siglo pasado habían dado de si todo lo que podían dar. El país había experimentado un modelo con sus virtudes y defectos. La receta estaba agotada.

El final frustrante y amargo de la guerra hirió al país entero, pero sobre todo hirió de muerte al viejo sistema político. Al terminar el conflicto bélico se abrió un momento de transición histórica lleno de tensiones y de fuerzas contrapuestas que lucharon durante tres lustros por imponer sus diferentes visiones del país. El parto largo, lleno de meandros y de violencia, culminó finalmente en el movimiento revolucionario mayor que haya vivido Bolivia en su historia republicana, la revolución de 1952.

Bolivia llegó a la guerra del Chaco después de cincuenta años de aplicación del modelo liberal que logró una esta utilidad admirable para un país que había vivido la inestabilidad política crónica desde 1839 hasta 1880, en una alternancia entre gobiernos precarios y breves y largas dictaduras.