El gobierno de Gutiérrez Guerra vivió en la zozobra permanente.
El General Agustín Gamarra con un ejército muy numeroso en hombres y bien armado, atravesó la frontera y penetró en Bolivia posesionándose cerca de La Paz. Mientras tanto Ballivián, cuyo ejército era menor pese al refuerzo de Velasco, viajó hacia el sur llegando hasta Calamarca. De allí volvió al teatro de operaciones (la zona de Viacha) y enfrentó a Gamarra en los llanos de Ingavi. Al enfrentarse al enemigo hizo a su ejército una arenga de encendido patriotismo concluyendo con la famosa frase: “Soldados, los enemigos que tenéis al frente desaparecerán como las nubes cuando las bate el viento”. Algunos analistas peruanos critican la débil estrategia empleada por el general Gamarra que fue vencido en Ingavi perdiendo la vida en el combate. Numerosos soldados y jefes peruanos fueron hechos prisioneros, entre ellos el comandante en jefe del ejército peruano don Ramón Castilla quien pisó un par de años de cautiverio en Santa Cruz y recién regresó a su patria en 1842, de la que fue Presidente en 1845. Desde ese cargo se entendió con Ballivián.
La batalla de Ingavi determinó la separación definitiva de Bolivia y Perú. Para la primera significó la consolidación como nación, sellando definitivamente su independencia. La entrada de Ballivián hasta Puno no significó sino la firma de un tratado de paz entre ambas naciones. A diferencia del jefe peruano al que había derrotado y muerto el caudillo de Ingavi no se anexó la parte del sur del Perú que había ocupado, ni siquiera pidió compensaciones por gastos de guerra.