La nación oligárquica

Momentos históricos

La derrota en la guerra, y la consecuente pérdida del acceso de la nación al mar, fue un golpe muy duro y desgarrador para Bolivia, que obligó a una reformulación global de las estructuras del país. El período 1879 - 1880 marca por eso un corte a cuchillo en nuestra historia. En muchos sentidos confirma que la ruta seguida desde el derrumbe de la Confederación Perú-boliviana (1839) hasta la guerra del Pacífico nos había conducido a un callejón sin salida.

El hecho fundamental del período anterior fue, en lo político, el autoritarismo y la aceptación tácita del rol de los militares en la administración de los asuntos del estado. Desde la caída de Santa Cruz hasta la asunción de Campero se sucedieron catorce presidentes y una junta; de ellos, diez fueron militares y sólo cuatro civiles. Fue sin duda el período más marcado por el militarismo en la historia republicana. Pero quizás el problema mayor fue la grave depresión económica de todo el período, que condicionó las opciones de la sociedad. El derrumbe de la economía minera coincidente con la lucha independentista, dejó al país sin su principal soporte económico, esto obligó a una economía de supervivencia con énfasis en la producción agrícola. El erario vivió en gran medida del tributo indígena, de una escasísima y decadente producción minera, del auge de la quina (cascarilla) que fue determinante en la etapa 1835-1860, del salitre y el guano que Bolivia no pudo aprovechar en virtud de la presencia de capitales ingleses y chilenos en el litoral boliviano, que poco o nada beneficiaron al país y, finalmente, del desarrollo de producción artesanal para el consumo interno.

Sobre esa base tan magra, los caudillos de la época alternaron de manera pendular una política liberal con una proteccionista que, antagónicas como eran, terminaron por imprimir un camino errático cuyo resultado fue un país desarticulado y pobre. Las ideas francamente liberales con las que había arrancado la República en la administración de Sucre, no tuvieron continuidad. El pragmatismo ecléctico de la administración Santa Cruz que logró formular la institucionalidad republicana, se ahogó con el fracaso del gran proyecto integracionista de la Confederación con la consiguiente pérdida del rumbo histórico.

Bolivia era en 1880 un país inmenso sin presencia real de soberanía en sus fronteras más lejanas (el norte amazónico y el sur chaqueño); había perdido su acceso al territorio marítimo que nunca pudo dominar, ni con presencia de habitantes ni con inyección económica. Esto marcó su característica más dramática, un absoluto aislamiento del mundo a diferencia de la mayoría de los países sudamericanos conectados al comercio internacional por la vía del mar, en cuyas costas crecieron algunas de las principales ciudades del continente (Lima, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro).

Con una población cercana a los de 2.000.000 de habitantes (el censo de 1846 determinaba oficialmente 1.373.896 y calculaba más de 700.000 diseminados en tribus en los llanos y el chaco), su composición étnica era sobre todo indígena (quechuas y aimaras) y mestiza; con una población rural abrumadoramente mayoritaria (casi el 90 %). Las principales ciudades del país según el censo de 1846 eran: La Paz (42.849 h.), Cochabamba (30.396), Sucre (19.235), Potosí (16.711) y Tarata (11.438). Es una época en la que las pequeñas ciudades de provincias tenían importancia, generaban su propia economía y reflejaban en su arquitectura un nivel de vida que se perdió en la segunda mitad del siglo XX. La distribución demográfica reflejaba el desequilibrio entre la región andina (valles incluidos) y los llanos del oriente. Esto se puede ver si se toma en cuenta que la principal ciudad de la región oriental era Santa Cruz con sólo 6.005 habitantes.

Hasta bien entrado el siglo XX la significación política, económica y social de los llanos fue mínima (salvado el rutilante y breve período de la goma del que hablaremos en el capítulo II del libro VII). El país andino prescindía del resto, lo que marcó una visión excluyente y parcial de la realidad, sin que esto signifique desconocer la importancia capital de la región andina en el decurso de la historia republicana, prácticamente hasta la revolución de 1952.

En suma, Bolivia perdió en este período el lugar preeminente que tuvo en el continente al nacer como República independiente y no pudo equiparar su desarrollo al de otras naciones que despegaron económicamente a partir de la segunda mitad del Siglo XIX. Hacia 1850 Bolivia era el cuarto país sudamericano en extensión detrás de Brasil, Argentina y Perú y el tercero en población después de Brasil y Perú.

Por primera vez en la República la clase dominante, la oligarquía (gobierno ejercido exclusivamente por unas pocas familias poderosas económicamente) decidió encarar de manera directa y coherente la responsabilidad del poder sin la intermediación de la fuerza militar. El agotamiento del caudillismo militar tuvo que ver con el fracaso en la guerra y el deterioro específico de imagen que dejaron figuras como Melgarejo y Daza, aunque ambos por razones bien distintas. Pero esta posibilidad no surgió de manera espontánea. Al colapso posbélico se sumó el resurgimiento de la minería de la plata que se dio a partir de 1865, reforzado por las medidas aperturistas del gobierno Morales (1872), pero sobre todo por un proceso de modernización tecnológica y administrativa de los prohombres del poder minero (Aramayo, Arce, Pacheco) que llevan a la producción argentífera a una subida espectacular. Ese crecimiento representó un poder real que los mineros decidieron extender a la administración política directa.

El civilismo se convirtió en una condición básica del nuevo estado, lo que conllevaba además una visión distinta de la legitimidad del poder. Se sustituyó la fuerza de las armas por la del voto, aunque este estuviera restringido convenientemente a núcleos mínimos de decisión (menos del 5% de los mayores de edad).

El escenario del cambio se dio en la Convención de 1880, un verdadero encuentro de los grandes hombres del momento, que ratificaron la constitución de 1878 cuya ideología demoliberal se ajustaba a las aspiraciones del nuevo estado de cosas. Se plantearon además las dos líneas de conducta en relación al litoral perdido, guerristas frente a pacifistas, antagonismo resuelto en favor de los pacifistas tanto en el período conservador como en el liberal. Pero lo que realmente simbolizó la convención fue un nuevo modelo que imperó en Bolivia entre el fin de la guerra del Pacífico y el comienzo de la guerra del Chaco. Esto trajo consigo el nacimiento real de los partidos políticos sustituyendo el faccionalismo del pasado inmediato. Hacia 1884 se definieron las dos grandes fuerzas de la época, conservadores y liberales que dominaron el país por cincuenta años. Pero la decisión de hacer del parlamento un gran protagonista y cortar el ciclo militar no conllevó la eliminación de la violencia, el fraude y la incapacidad de flexibilizar la democracia hacia la alternabilidad. Entre 1880 y 1930 el poder cambió de manos sólo dos veces y ambas por la violencia. En 1899 como consecuencia de la Revolución Federal y en 1920 tras el golpe de estado que derrocó a los liberales. Tuvimos que esperar hasta 1982 para ver por primera vez que el oficialismo transmitiera el mando pacífica y legalmente a la oposición.

Esa nueva política económica fue sin duda vehículo para una cierta modernización del país que representó la reinserción de Bolivia en el mundo, al que había estado ligada en toda la época colonial a través de la metrópoli española y la exportación masiva de plata hasta fines del siglo XVIII. Pero a la vez representó el debilitamiento o destrucción de sectores de producción interna, particularmente el textil y el artesanal como consecuencia inmediata de la apertura a las importaciones. La vulnerabilidad de Bolivia se trasladó de su aislamiento y pobre producción económica (1840-1880) a la extrema dependencia de los ingresos aduaneros y su carácter de país mono productor (este último rasgo se mantuvo vigente hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX).

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El gobierno de Gutiérrez Guerra vivió en la zozobra permanente.

Los conservadores eran católicos por tradición. Quizás el más importante de ellos fue Mariano Baptista que dio muestras muy claras de su catolicismo, antes y durante su presidencia. No se puede olvidar tampoco la egregia figura de Juan de Dios Bosque (1829-1890). La confrontación estado iglesia se presentó cuando subió al poder el liberalismo. Muchos eclesiásticos del país, tanto regulares como seculares confundieron liberalismo con socialismo y otro tanto sucedió con el propio concepto de democracia, que a muchos religiosos les sonaba a anarquía.

El nacimiento de un movimiento obrero y sindical en el país fue producto del paso de un sistema de producción pre capitalista al desarrollo y modernización de la industria, particularmente minera, coincidente con el advenimiento liberal. A pesar de ese cambio Bolivia nunca contó con un proletariado significativo, pues no pudo desarrollar una industria importante como lo que tuvieron algunas otras naciones sudamericanas.

El agotamiento de los yacimientos estañíferos de Europa y la demanda de la industria norteamericana y europea que contaba con el estaño como un elemento ideal para aleaciones (hojalata, papel metálico, conservas y un largo, etc.), fueron los activadores del auge minero boliviano en el período 1900-1940.

Patiño es, sin ninguna duda, una de las figuras centrales de la historia boliviana. A su alrededor se teje buena parte del siglo XX en el país y se establece el destino de cientos de miles de bolivianos.

Durante el gobierno de Gutiérrez Guerra el efecto sobre el área rural de la ley 1880 se podía apreciar muy bien con la constatación de que el estado había concebido hasta 1919, 13,4 millones de hectáreas en los ocho departamentos y enl os tres territorios de colonias (Noroeste, Chaco y Oriente).  La recaudación de impuestos (1/2 centavo por hectarea de tierra baldía) alcanzó por este rubro 1,2 millones de Bolivianos en 1918.

Si bien Tamayo es conocido como uno de los grandes poetas de Bolivia, su compilación sobre temas pedagógicos, es ya un clásico y su actividad politica de una intensidad excepcional. Las ideas de Tamayo confontarón las de Arguedas y abrierón un gran debate en el país.