Los Hermanos

Gastón Suárez

Así que usted también espera a un hermano al que no ve en toda una década? ¡Imagínese! ¡Igual que yo!. ¡Diez años que no veo a mi hermano!

Y como usted dice a mí también me tomó de sorpresa el telegrama anunciando su llegada, porque en su última carta, fechada hace un mes, no me decía nada de viajar.

Y esa decisión intempestiva de venir, igual que a usted, me ha producido una serie de interrogantes. ¿Qué mosca le ha picado? ¿Se habrá decidido, por fin, a dejar aquel pueblo para vivir junto a mí? Porque, como usted dice, en los pueblos pequeños no existen muchas perspectivas de progreso. Pero mi hermano nunca ha querido entender esto.

Por eso me resulta raro. ¿Aburrimiento? ¿Enfermedad? ¡Interesante! ¿Cómo? ¿Su hermano siempre ha deseado vivir con usted, pero las cuestiones económicas le impiden realizar este deseo? Es una pena ¿Minero? Bonito oficio. Como un juego de azar. De pronto rico, de pronto miserable. Pero hay que tener fe.

Ejemplos sobran. Patino tuvo fe y ya ve. A la cúspide. ¿Qué no es de estaño sino de oro? Más azaroso todavía. Puede ocurrir que de golpe todos los sueños se realicen. O al revés, dejar hasta los huesos. Si, tiene razón. Yo también estoy contento de su llegada. Y esta alegría igual que la suya, es porque mi cariño por él es inmenso. ¡Hermano!.

Esta vez no lo dejaré marcharse. Y estoy seguro de convencerle.

Claro que él es muy apegado a la tierra natal, le gusta el campo, los pájaros, la yerbabuena, los álamos, el olor de la tierra mojada por la lluvia. Tiene verdadero amor por la naturaleza.

A mí también, al principio, me fue difícil acostumbrarme a la vida de la ciudad, pero, en el fondo sabía bien lo que quería.

Pasaron los años... ¡No me puedo quejar! Claro que soy lo que se dice, un hombre afortunado.

Tengo una esposa muy buena, unos hijos lindos y educados, una situación económica estable. Casa, auto... Oiga, a propósito, si gusta le puedo llevar a usted y a su hermano, porque el cochecito es amplio. ¿No? Pero si no es ninguna molestia. Al contrario, para mí será un verdadero placer. Ah, sí, por ahí tiene razón. Merecen un recibimiento íntimo. No había pensado en eso.  Pero ya sabe, cuando me vea pasar en la calle hágame parar. Es un Pontiac de líneas... Bueno, por algo uno trabaja y lucha. Veinte años de robarle horas al sueño, de dedicarse en cuerpo y alma a un objetivo, tiene que dar sus frutos. ¿A usted no le fue bien? No se aflija, todavía es joven.

Póngale lodo su empeño y ya verá.

Es imposible fracasar si se trabaja con ahínco y responsabilidad. Sí, también es cierto que algunos nacen con mala estrella.

En cambio yo tuve suerte hasta con mi mujer.

Trabajadora, inteligente, me ha ayudado a formar un hogar, como le diré ¡modelo! Eso es, mis dos niños son un dechado de virtudes, estudiosos, obedientes, robustos, tienen reglamentadas todas sus horas. Bueno, en realidad dos hijos no son mucho problema. ¿Qué dice? ¿Siete? ¡Que bárbaro! Naturalmente, así, las cosas: no son fáciles. Pero para eso somos inteligentes, uno debe medirse, no es el hecho de tenerlos solamente, solo las bestias no piensan.

Con siete hijos tiene que serle muy difícil forjarse una buena situación económica... y, desde luego, casi imposible, tener una canita extra... Como yo. Hay que saber equilibrar las cosas... Porque fácil es llenarse de hijos estando sólo con su mujer. Hasta por necesidad se debe tener una gatita adicional, por supuesto no muy cara. Entonces se trabaja con gusto, siempre contento. El hombre, feliz ¿qué más? Bueno, algún día va a ver que tengo razón. Ahora, comprendo su situación. Siete hijos son como para aplastar a cualquiera.

En cambio yo, como le decía tengo mucho que ofrecerle a mi hermano. No sé qué hace viviendo solo en aquel pueblo, sin grandes aspiraciones, sin grandes sueños, perdiendo los goces que nos brindan los adelantos de la civilización, con luz eléctrica deficiente, que impide estar al tanto, por lo menos, de lo que ocurre en el mundo. Porque, hay que admitir que en una ciudad, siempre se vive mejor. Se educan bien los hijos. Hay más posibilidades de triunfo. Se marcha, en fin, al ritmo de los tiempos. ¿Usted no puede decir lo mismo? Ya lo creo. Pero tenga paciencia. No se deje amilanar. Optimismo y objetivos claros. Es la clave. Como lo decía, esta vez estoy seguro de convencer a mi hermano. No dejaré que le falte nada. Buena ropa, buena comida, ambiente distinguido, amistades influyentes. Una ganga. Yo tuve   que   abrirme   paso   poquito   a   poco, comenzando desde abajo.

En cambio a mi hermano le allanaré todas las dificultades. No podrá rehusar todo lo bueno que le ofrezco. ¿Usted sólo puede ofrecer cariño a su hermano?. Es lo principal. Los hermanos deben quererse siempre. Yo también, por vivir con mi hermano, hasta hice el intento de volver a la tierra natal. Pero que decepción. Ya no me resigno a esa vida sedentaria. Me gusta más la actividad, el movimiento, que el sosiego de esa gente.

Supongo que les pasa igual. Una vez acostumbrados a la ciudad, difícilmente se la puede abandonar. ¿Cómo? ¿Qué si pudiera se volvería a su pueblo a gozar del sol, del aire libre, de las amistades sencillas? Bueno, tal vez sea por su situación. ¿Otro cigarrillo? Está bien, gracias. Sí, usted tiene razón al pensar en las raras coincidencia que nos unen.

Estamos vestidos de negro; usamos lentes de    aumento; Ambos esperamos a nuestros hermanos a quienes no vemos desde hace diez años; y por último ignoramos el porqué de su viaje intempestivo a esta ciudad. Pero pronto saldremos del misterio porque ya se oye el jadear de la maquina ¿Oye? Bueno, ha sido un placer charlar con usted. Sí, cualquier día nos volvemos a cruzar por la calle... vaya con Dios.

Siete niños, como avecitas alborozadas, revolotean alrededor del tío recién llegado. La mujer y el hermano, eufóricos, sirvieron el asado y la cerveza. Se comió y se bebió. Los mayores fumaron sus cigarrillos; los niños entre risas y empellones, pedían el privilegio de dormir con el huésped. En ese ambiente de auténtica alegría, de ternezas que se desprendían de todos los ojos, el viajero levantó su copa y brindó: - ¡Se acabaron las penas! ¡Hermano!, hermana, hijitos! ¡Somos ricos! ¡Encontré el filón! ¡Mucho oro! - dijo -, volcando en la mesa una bolsa de dorado metal que reverberaba con mágicos destellos a la luz de la pequeña bombilla eléctrica.

  • ¡Juntos! ¡Juntos! - estalló la felicidad. Y hubo risas y lágrimas hasta altas horas de la noche.

En el comedor se encendieron todas las luces. Mantel fino, bordado a mano, espejos biselados, vajilla tinteneante, imilla con delantal blanco, whisky, vinos, caviar, pasteles, habanos, conversación insulsa hasta que los dos niños, amodorrados por la comida y acostumbrados a dormir a una hora determinada, dieron lugar a la señora poner punto final al agasajo:

Ahora los dejamos solos. Como hermanos que se ven de mucho tiempo, tendrán cosas que contarse.

Se apagaron algunas luces. Los dos hermanos se quedaron mirándose un momento, en silencio. Después de llenar las copas de vino oscuro como la sangre, bebieron un sorbito.

  • ¡Diez años! No sabes qué alegría siento de verte en mi casa, que es la tuya. Vamos bebe, he notado que apenas has probado los platos, que no estás tan contento como yo al verte... Pero sé que esta vez te quedarás a vivir conmigo. No te dejaré marchar. Te retendré aquí, para que goces' de la, vida, porque te quiero, hermano...
  • Estoy condenado a marcharme...
  • No, no te dejaré...
  • No depende de ti, ni de mí... estoy condenado a marcharme de esta vida...
  • ¿Qué dices?
  • Sí, estoy desahuciado... No quería morir allá, solo... Mañana me internaré. No digas nada a tu mujer, ni a los niños... Cuando muera, deseo que me hagas enterrar en forma humilde... No quiero que hagas gastos inútiles...

De golpe cesaron todos los ruidos y sólo se oyó, junto al tic tac del enorme reloj, el latir de sus corazones.  El dueño de casa desechó de su lengua las inútiles palabras.

  • ¡Qué dolor! - le tomó la mano.

Y los dos se miraron con los ojos cargados de lágrimas.

Afuera, la noche soltó su llanto: una lluvia menudita, como picotazos de miles, millones de pajarillos hambrientos.

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